Río de Janeiro (Brasil), 29 mar (Sputnik).- Este domingo en Brasil se cumplen 60 años del golpe que inauguró la dictadura militar (1964-1985), una efeméride que en otro momento quizá habría dado pie a homenajes a las víctimas, exposiciones y celebraciones solemnes, pero que el actual presidente, Luiz Inácio Lula da Silva, decidió recordar con un perfil bajo.
El Gobierno determinó que todos los ministros eviten discursos o actos conmemorativos; el Ministerio de Derechos Humanos, que ya había previsto una extensa programación, tendrá que guardar todo en un cajón. La orden es clara: no tocar un asunto muy espinoso que podría afectar a las ya de por sí delicadas relaciones del Ejecutivo con las Fuerzas Armadas.
Durante los cuatro años de Jair Bolsonaro en el poder (2019-2022) miles de militares ocuparon altos cargos del Gobierno, varios de ellos como ministros, y algunos, como se supo recientemente, participaron activamente en los planes golpistas del líder ultraderechista. En esos cuatro años, el Gobierno celebró el 31 de marzo con actos en los cuarteles, ensalzando la “revolución” que “salvó” al país del comunismo, según su versión de los hechos.
La directriz de Lula ahora es que los militares no toquen el tema, pero tampoco los civiles. Hay que pasar página. En una reciente entrevista, preguntado por la dictadura militar, el mandatario afirmó que no iba a estar “removiendo el pasado” continuamente, lo que causó una profunda indignación en asociaciones de defensores de los Derechos Humanos y la memoria histórica.
Para Lucas Pedretti, historiador y coordinador de la Coalición Brasil por Memoria, Verdad, Justicia, Reparación y Democracia, esquivar el aniversario es un error.
“Es grave, porque sabemos que ese tema nunca fue una prioridad para ningún gobierno desde el fin de la dictadura militar. El silencio siempre fue la marca fundamental de cómo el Estado lidió con eso. Se esperaba que después de lo que pasó el 8 de enero (de 2023, el intento de golpe de Estado impulsado por Bolsonaro en Brasilia) hubiese habido un aprendizaje”, dijo Pedretti a la Agencia Sputnik.
Los brasileños empeñados en rescatar la historia de quienes sufrieron la dictadura militar listan una serie de frustraciones con el Gobierno de Lula: el año pasado, durante una visita a Chile, el ministro de Justicia prometió construir en Brasil un Museo de la Memoria y la Verdad que se inauguraría este 31 de marzo, pero nunca más se supo del proyecto.
Las Comisión de Muertos y Desaparecidos Políticos, que trabaja en la búsqueda e identificación de los desaparecidos en la dictadura y Bolsonaro extinguió el penúltimo día de su Gobierno, aún no fue recuperada por Lula. La Comisión de Amnistía, que investiga las persecuciones en la dictadura sí funciona, pero bajo mínimos y con un presupuesto que pone en riesgo su continuidad.
Otro gesto que no gustó fue la elección del ministro de Defensa, José Múcio, por ser considerado demasiado conservador. “Una palabra suave es “deplorable”, dice el historiador. Lula le encargó apaciguar los cuarteles tras los años de excitación bolsonarista.
Pedretti asegura que el funcionario ha sido clave en descafeinar la propuesta de enmienda a la Constitución para que los militares no puedan ocupar cargos públicos.
Al contrario que países vecinos, Brasil nunca juzgó o encarceló a los responsables de la dictadura. Lo más cerca que hubo en términos de reparación fue la Comisión Nacional de la Verdad (CNV), puesta en marcha en 2012, durante el primer mandato de Dilma Rousseff. El trabajo de los especialistas concluyó que entre 1946 y 1988 hubo al menos 434 muertos y desaparecidos y que la mayoría se dieron en el periodo de la dictadura.
Esa comisión, que no fue más allá de los informes, causó un profundo malestar entre los militares y movimientos conservadores en Brasil y aún hoy incluso dirigentes del Partido de los Trabajadores (PT) lo recuerdan como un episodio traumático que no hay que repetir, lamenta Pedretti, que trabajó en esas investigaciones.
“Brasil intenta superar los momentos difíciles barriendo los problemas debajo de la alfombra. Eso a veces se presenta como un rasgo positivo del carácter brasileño, pero esconde el hecho de que no procesamos nuestros traumas históricos. Los militares consiguieron dirigir el proceso de transición”, explicó el historiador.
La inquietud de Lula al tratar del asunto tiene que ver con la polarización extrema que aún vive Brasil, la caída de su popularidad (el 58 por ciento de brasileños cree que ha hecho menos de lo que se esperaba de su Gobierno, según una reciente encuesta de Datafolha) y el músculo que aún exhibe el bolsonarismo, a pesar de las cada vez más graves acusaciones contra el expresidente. (Sputnik)
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