Romualdito: la animita mas popular de Santiago

Sólo la fe en Romualdito le ha permitido permanecer a este muro: gran parte del entorno en calle San Borja ha sido derribado para levantar nuevas construcciones o edificios, pero la animita sigue allí, tal cual lo estaba hacía medio siglo atrás, y aún antes. Se ve hermosamente iluminada por las velas y cirios durante las noches, resguardada por ángeles de yeso y humildes vírgenes colgantes.

7318
Desde Urbatorium compartimos esta interesante crónica publicada el 2009 de una de las tradiciones  de contenido pagano y popular en el famoso culto a las “animitas” en Chile
Se trata de la famosa animita de Romualdito o Rumaldito, en San Francisco de Borja casi esquina con Alameda Bernardo O’Higgins, junto a un fragmento del antiguo muro a un costado de la Estación Central. Por muchos años, se discutió sobre su verdadera identidad, aunque siempre se habló de una persona allí asesinada en 1933. Muchas teorías existían al respecto, algunas muy probables, y otras francamente insensatas.
El pasado mes de agosto se cumplieron 85 años del fallecimiento de Romualdo, coincidentes con las relevaciones más importantes sobre él que hayan sido hecho públicas en todos estos años de culto. Nos hemos propuesto exponer aquí un poco de su historia real y de su historia ficticia, y de cómo entró su memoria a los umbrales de lo legendario y lo sobrenatural.
Chile del ayer

Leyendas sobre identidad y muerte

Como sucede con todas las animitas más populares de Chile, Romualdito también fue sometido a un proceso de conversión en ángel de la inocencia, tal cual sucedió con la Carmencita del Cementerio General. Los fieles comenzaron a hablar de él como si se tratara de un niño o de un muchacho indefenso y vulnerable, versiones que aún son creídas y defendidas por los devotos de este santo informal. La fecha más repetida sobre su asesinato era el 8 de agosto de 1933, según nos parece.
Las principales versiones populares que existen hasta hoy sobre la identidad de Romualdito, son las siguientes:
  • Un niño que habría sido asesinado brutalmente tras ser violado por vagabundos del sector. Esta conversión de Romualdo en un niño se repite en otros casos de animitas, como el citado de la Carmencita. La tendencia a identificar rasgos angelicales en los niños y darlos por milagrosos o santos cuando fallecen en muertes dolorosas y crueles (generalmente en manos de herejes) es muy antigua en el cristianismo y tiene muchos ejemplos en el resto del mundo, como el famoso Santo Niño de La Guardia y también el caso de San Simón de Trento, entre otros. No ha faltado quien ofrenda a la animita de San Borja, además de las flores, velas y agradecimientos, algún juguete de niño, convencidos de esta versión sobre la identidad del milagroso personaje.
  • Otra teoría dice que Romualdito era ya un muchacho al momento de morir (de unos 20 años), pero con retraso mental o síndrome de Down. Todos lo querían en el barrio por ser muy servicial, trabajador y simpático. Según esta historia, el infortunado Romualdo falleció tras ser atacado a palos y cuchilladas por criminales callejeros que dejaron su cuerpo tirado junto a la pared, donde fue encontrado después. Se dice que el desgraciado muchacho iba camino a entregar un poncho del tipo manta de Castilla, o bien a darle comida a su padre, que estaba postrado por alguna enfermedad. Si bien esta versión no insiste en la niñez del personaje, conserva su inocencia al relacionarlo con un “ser” inofensivo y querido por el barrio, que acabó siendo víctima de la crueldad de los asesinos.
  • Una de las versiones que siempre se tomó por más cercana a la realidad de caso, decía que el occiso era en realidad un tal Romualdo Ibáñez, de 40 años y que también habría fallecido asaltado y apuñalado en el lugar. Esta versión ponía su nota de dramatismo al agregar que Romualdo justo venía saliendo aquel día de una larga convalecencia en un hospital para tuberculosos, (aparentemente, el Barros Luco). También se dice que los delincuentes lo mataron para quitarle su poncho de abrigo y los 15 pesos que llevaba consigo. Como avezado investigador, Oreste Plath intuyó que ésta podía ser la versión más cercana a la realidad y es a la que dio más crédito en su trabajo “L’Animita”, de 1993.
  • Una leyenda menos cotizada por los fieles dice que Romualdito era un huaso recién llegado a Santiago, que cayó tras ser embaucado por malhechores que sólo querían asaltarlo y robarle su manta o poncho. Una versión recogida por Plath, sin embargo, coloca a este personaje con una variación: el huaso llevaba tiempo ya en la capital pero venía saliendo de una enfermedad respiratoria. También llevaba una manta.
  • La versión menos elegante y menos aceptada de todas las que maneja el credo popular es una de las varias que menciona también Plath, respecto de que Romualdo habría sido un peligroso maleante abatido por policías en ese lugar. Cabe añadir que sí han existido otras animitas en la ciudad que pertenecieron a delincuentes y asesinos, por extraño que pueda parecernos.
Llama la atención la repetitiva figura del poncho en estas versiones. Quizás sea, como en toda leyenda ramificada, un elemento de verdad que sobrevive entre los rasgos fabulosos del mito. También se agregan detalles especiales, como que esa noche del crimen llovía, que fue asesinado en horas altas y que su cuerpo sólo fue hallado al día siguiente en la mañana. Otro detalle advertido por Plath es que en las distintas versiones, siempre resulta semejante el hecho traumático del asesinato violento por parte de delincuentes, e incluso el autor lo verifica entrevistando a personajes del barrio que alcanzaron a conocer más de cerca la leyenda de Romualdito. Una de las versiones que recoge hablaba incluso de que los asaltantes eran tres y habían salido del restaurante del sector llamado “Los Tres Palos”, muy popular en aquellos años.
Otro hecho que se perdió en la penumbra y se fue nublando, es el de la fecha exacta en que murió Romualdo. Independientemente de la versión que lo tomara por niño, retrasado mental o adulto, muchos creían que el año de su muerte fue en 1950, quizás por una impresión errada del detalle que comentaremos sobre la presencia de placas de los años cincuentas como las quizás más antiguas de todas las que quedan en el murallón donde se erigió su devoción como animita.

Nacimiento del culto

Como es costumbre en Chile, alguien levantó una animita en el lugar junto al muro donde Romualdo perdió la vida en manos de sus malvados verdugos. Plath piensa que alguna vecina encendió una vela, como es hábito acá para los lugares donde acaba de fallecer una persona. Con este sencillo acto, comenzó a surgir el culto y todos empezaron a hablar de la generosidad milagrosa del espíritu.
Sin embargo, por corrupción fonética, la gente comenzó a llamarte Romualdo o Rumaldo Ibáñez, y después, simplemente como Romualdito. Aún hoy se los sigue llamando indistintamente de varias maneras. Un detalle interesante observando actualmente la animita, es que el diminutivo de su nombre no era tan común en las más antiguas placas de agradecimientos. Otros nombres equivocados que se le asignaron han sido Remialdo, Ronaldo, Romalcito e incluso Iván, tal vez por una confusión con el apellido que, por cierto, también ha degenerado: al mencionado Ibáñez, se suman extravagancias como Ivane, Ibaniz e Ivanez. Algunos de sus fieles aseguran que su verdadero nombres es Rumaldito, y al parecer tienen razón.
Con el tiempo, comenzaron a aparecer más animitas y más placas en el viejo muro. La fama de Romualdito concediendo generosamente deseos solicitados, corrió por toda la ciudad y el espacio se hizo poco en el muro para seguir soportando agradecimientos. Según algunos, este culto comienza en 1960, aunque tras revisar las placas, hemos descubierto una de 1956. Otras más antiguas pueden haber ido quedando abajo de las más nuevas o, simplemente, se han perdido. Hasta el escritor Daniel de la Vega pasó por allí, siguiendo el rito con un amigo, según él mismo confesaría dando fe de los poderes milagrosos de la animita.
Una de estas placas de agradecimiento define poéticamente los términos en que sus seguidores siguen sintiendo su presencia generosa en favores y milagros del fallecido:
Caminante no hagas ruido
baja el tono de tu voz
que Romualdo no se ha ido
solamente se ha dormido
en los brazos del Señor
La mayoría de los favores concedidos no son revelados, pero hay casos en donde se confiesa el milagro: las gratitudes van desde por haber tenido prosperidad económica hasta el nacimiento de hijos en madres que no podían tenerlos. La cantidad de velas de peticiones o de agradecimientos encendidas a lo largo de las décadas, fue ennegreciendo paulatinamente esta muralla al punto de que hoy se ve como una gran mole oscura salpicada de sus cientos y cientos de placas.
Es tal la fe generada por la animita que entre los creyentes de Romualdito incluso es común desafiar a los incrédulos a probar con su propia experiencia las bondades de este verdadero santo popular de Estación Central.

Revelaciones 76 años después

Una serie de investigaciones particulares realizadas desde principios del presente siglo y un muy reciente estudio de la Policía de Investigaciones de Chile en base a partes policiales y médicos, permitieron resolver definitivamente el enigma de la más popular de las animitas capitalinas. Aunque estas revelaciones no fueron de la total atención de la sociedad chilena (e incluso molestaron a algunos de los devotos), sino más bien de los círculos de investigadores históricos, no cabe duda de que se trató de un verdadero notición para los registros de la historia urbana y cultural de Santiago. Fue en este período, mientras se estaba a la espera de los resultados de tales estudios, que partí a tomar estas fotografías de la animita que aquí publico.
Durante este año, los investigadores históricos de la Policía de Investigaciones de Chile dieron a conocer con este entusiasmo y ante la expectación de algunos medios de prensa y otros investigadores, los resultados de sus rastreos sobre la huella del verdadero Romualdito “Ibáñez”, llamado realmente Romualdo Ivani Zambelli. Este estudio fue dirigido por don Gilberto Loch, Jefe de la PDI de Valparaíso y del Grupo de Investigación Histórica Forense.
Entre otros datos notables, precisaron que la viuda de Arturo Mancilla, un amigo que le dio sepultura al infortunado según veremos más abajo, estaba viva y residiendo en Chillán. Mancilla falleció en 1935. Otro dato interesante fue dar con la casa de Romualdo, en la actual dirección de Lisperguer 3548 de Estación Central, a poca distancia de donde está su animita. Allí reside, actualmente, doña Eugenia de la Fuente Góngora. Aunque ella vive en esta casa desde 1934, al año siguiente del crimen, aseguró no saber que allí tuvo domicilio Romualdo. No obstante, consultada por el noticiario de un canal de la televisión chilena, aseguró que siempre había sentido presencias extrañas en la casa, que hoy atribuye al fantasma del célebre difunto. Hay antiguos vecinos, sin embargo, que reconocieron a Romualdo Ivani y aún dicen recordarlo, pero llama la atención que nunca se supo de ellos antes de las revelaciones de la investigación definitiva.

En algún momento, la tumba de Ivani en el Cementerio General también comenzó a ser venerada como animita. Hoy luce una gran cantidad de placas de agradecimiento, algunas pasándose al espacio de nichos vecinos. No sabemos desde cuándo ni cómo fue descubierto el hecho de que la identidad del fallecido de este lugar era el propio Romualdito de Estación Central, pero parece más bien que fue hace poco, pues las placas de agradecimiento están fechadas en años recientes. Quizás este fenómeno esté relacionado con el surgimiento del interés de los investigadores sobre su figura.

Más nos llaman la atención dos detalles de su sepulcro, sin embargo:

  • Primero, que quienes sabían desde hacía años que ésta era la tumba de Romualdo Ivani Zambelli, podrían haber sido de utilidad para desvirtuar las leyendas que lo llamaban y lo siguen llamando erradamente como Romualdo Ibáñez u otros motes, pues el nombre y apellidos del fallecido están perfectamente grabados en la lápida de mármol que sella su modesto nicho. También es extraño que en alusiones presumiblemente hechas por su propia madre, llevaba el nombre de pila Rumualdo, por lo que podría haber un error incluso en los datos recientemente proporcionados sobre su identidad.
  • Segundo, que al igual que en la tumba de Carmencita Cañas en el mismo camposanto, la placa sólo señala la fecha de muerte: 9 de agosto de 1933. No sabemos si esto será intencional ni estamos ciertos de si los mármoles son los originales (damos cabida a este pequeña posibilidad de que sean posteriores), pero creemos que este detalle ha ayudado a fomentar -voluntaria o involuntariamente- el mito de que los milagrosos fallecidos habían sido “niños” al momento de morir. De hecho, la tumba de Rumualdo Ivani también tiene algunos pequeños juguetitos que le han dejado sus fieles.
Finalmente, es importante destacar que los registros de hospitalizaciones por enfermedades respiratorias no arrojan a ningún Romualdo Ivani, por lo que esta parte de la información reportada por la leyenda ha de ser más bien un contenido de fantasía que rodea al hecho cierto de su asesinato.
Imágenes de la tumba de Rumualdo Ivani.
La lápida puesta en su nicho-reducción actual.

La verdadera historia del fallecido 

En base a los documentos revelados por las investigaciones, hoy puede establecerse perfectamente quién fue el asesinado y cuál fue su tragedia.
Romualdo (o Rumualdo) Ivani Zambelli era ciudadano chileno nacido en una familia de origen italiana compuesta por don Juan Ivani y Herminia Zambelli. Soltero y sin hijos, caminaba por calle Borja (hoy San Francisco de Borja) en la tarde del 8 de agosto (9 según su lápida) de 1933. Como siempre, lo hacía junto al enorme muro que dividía el recinto de la Estación Central con la vieja y desolada avenida. Joaquín Edwards Bello nos aproxima al aspecto de este murallón de ladrillos y de la misma calle en su libro “El Roto” (1918):
“La calle Borja, situada detrás de la Estación, es una calle típica de los barrios bajos santiaguinos, el reverso de esa decoración flamante que se llama Alameda. Pasa por ahí hedionda acequia sobre la cual volotean nubes de mosquitos; por las noches corren en sus bordes esas ratas imponentes que llaman pericotes y que hacen frente a los gatos del barrio. Está separada de la vía férrea por una larga y fea muralla desconchada, con rayas de carbón o tiza que dejan los chiquillos que pasan, cuando no escriben palabras obscenas”.
Ivani, de 41 años, probablemente trabajaba en la Estación Central, desde donde parece ir en dirección a su casa, ubicada en la corta calle de Covarrubias (hoy Lisperguer) número 3548, a muy poca distancia. Es mecánico y su residencia es propiedad de Ferrocarriles del Estado, aunque vive en ella desde 1930, cuando se cambió desde San Bernardo. Hizo muchas veces esta recorrido por los peligrosos barrios aproximados al ex poblado de Chuchunco, cuya configuración marginal y semi-rural cambió sólo con la construcción de la Estación Central, dándole nuevos bríos de urbanidad a este sector entonces periférico de Santiago, alojo de prostíbulos, bares de mala muerte y pendencias callejeras. Sin embargo, esa noche sería la última vez que el pobre Romualdo podría pasar por allí.
A las 20:30 horas, es abordado por delincuentes, no menos violentos que aquéllos que infectan nuestra ciudad en la actualidad. En pleno asalto, le dan una estocada directamente en el corazón. Romualdo queda tirado a sólo pasos de la Alameda de las Delicias, junto a la pared y a la insalubre zanja descrita por Edwards Bello.
El caso del asesinato fue tomado por la 11ª Comisaría de Carabineros de Chile, pero no hubo registros del crimen en los medios de comunicación, probablemente porque -hoy como ayer- no era una gran novedad esta clase de asesinatos en los barrios bajos de la ciudad. Su cuerpo fue llevado al Instituto Médico Legal, donde se emitió el certificado de defunción el 10 de agosto siguiente: la causa del deceso fue la herida mortal en la región pericordial provocada por la agresión con arma blanca, específicamente un puñal.
Nunca hubo detenidos ni culpables por el infame homicidio. No se encontraron registros de algún juicio tampoco, por lo que el asesinato quedó impune. Por un favor de su mencionado amigo Arturo Mancilla, su cuerpo fue retirado y sepultado en el Cementerio General, en el Patio 44, Pabellón 4, Anexo 4, nicho número 1.063, en la calle Dávila. Su madre doña Herminia, en su incontenible dolor, hizo grabar en una placa de mármol de la tumba: “RECUERDO ETERNO DE SU MADRE”.
Hasta aquí la historia real de Ivani Zambelli, porque lo que sucedió después de su muerte, será un verdadero mito de la fe popular.

El misterio de la histórica muralla

Ha habido ocasiones en que las autoridades han querido demoler este fragmento del viejo muro donde está la animita, pero nunca lo han podido concretar: rondan historias terroríficas sobre quienes han osado intentarlo. Se cuenta, por ejemplo, que un policía que intentó remover las velas montado en un caballo y valiéndose de las patas del animal (alegando a las horrorizadas mujeres que allí rezaban que eran un peligro de incendio), terminó sufriendo un grave accidente cuando su caballo resbaló después, a poca distancia de allí, cayendo y quebrándole las piernas al oficial. El accidentado se hizo devoto de inmediato de Romualdito y así se sanó.
Sólo la fe en Romualdito le ha permitido permanecer a este muro: gran parte del entorno en calle San Borja ha sido derribado para levantar nuevas construcciones o edificios, pero la animita sigue allí, tal cual lo estaba hacía medio siglo atrás, y aún antes. Se ve hermosamente iluminada por las velas y cirios durante las noches, resguardada por ángeles de yeso y humildes vírgenes colgantes. Es un paisaje casi surrealista, especialmente cuando se realizan peregrinaciones. Y los fieles, casi a modo de protección, han levantado con los años varias animitas menores o ermitas dedicadas al fallecido, alineadas en la base de toda la longitud del muro. Alcancé a contar 21 de ellas, todas pintadas de color azul. Como sucede con la famosa Difunta Correa en Argentina, aunque el ánima de Romualdo sea más modesta, no deja de ser un atractivo para algunos turistas, que se asoman por allí tomándose fotografías o solicitando sus propios milagros, medio en broma y medio en serio.
Curiosamente, algunas de las ermitas están parcialmente vacías y han servido de refugio para perros vagabundos del sector, especialmente en las noches frías del invierno. Esto, en lugar de molestar a los fieles, parece ser que los complace, pues los canes son bienvenidos y tomados por guardianes de la animita. Me pregunto si habrá alguna relación arquetípica e inconciente con la función legendaria que los perros han tenido como custodios de la tranquilidad de los muertos, tal cual lo hacía el dios cabeza de perro Anubis, representado como un can que permanecía echado sobre la tumba de los fallecidos.
Se cuenta que cuando un equipo de retroexcavadoras fue enviado a la Estación Central para echar abajo la muralla de la animita y ampliar el ancho de la calle San Borja, los obreros comenzaron a denunciar con pavor algunos hechos inexplicables, ni siquiera comprensibles dentro de su experiencia. Alegaron, por ejemplo, que las máquinas se detenían súbitamente o funcionaban mal, quedando inutilizadas cuando intentaban usarlas para botar la pared. Otros prefieren pensar que los obreros temían a alguna clase de maldición y, buscando alguna excusa para zafarse de tan incómodas órdenes, optaron por fingir que las maquinarias se trababan en cada intento de utilizarlas contra la popular animita.
La muralla donde está la animita en San Francisco de Borja no ha podido ser demolida, entonces. Incluso se instaló un cartel señalizando a Romualdito, en este lugar. Cuando fui a tomar estas imágenes, la berma estaba en reparaciones y se hacían ciertos trabajos. Todo el sector estaba acordonado. Sin embargo, el encargado de la obra me hizo una seña con su casco y me dejó entrar sin ninguna clase de traba ni condición, retirando las protecciones… Me bastó este gesto para notar que era otro devoto de Romualdito y que no privaría a nadie de acceso a su milagroso mini-santuario.
Bien para todos que Romualdo ha hecho el milagro de salvar también a esta muralla, por cierto, pues es el último fragmento que queda de ese viejo murallón histórico del que habla Edwards Bello, y que ya fue demolido por toda su extensión en el resto de la calle San Borja. En una ciudad donde existe una pasión febril por derrumbar y destruir todo vestigio de historicidad urbana, sin duda que sólo un auténtico santo sería capaz de salvar de la picota y el taladro esta clase de rincones.