Anita González: Vino del norte y dentro de ella el sudor de las salitreras

Reproducimos esta crónica de OPAL para quienes quieran conocer mas de nuestra vecina Ana González, fallecida durante la jornada del 26 de octubre

1913

Primero raptaron a sus dos hijos, de 29 y 22 años de edad. Ahí mismo raptaron a la pareja de uno de ellos, de 20 años, embarazada de 3 meses. Luego su esposo Manuel, yendo a reclamar el paradero de ellos, también fue secuestrado. De eso hace 42 años atrás.

¿Alguna vez has sentido angustia de no saber por horas de un ser querido? Imagínate las horas, los días, las semanas, los meses. El sabor de los ruidos en la noche. El rasguear de los pasos sobre las aceras.
Después de imaginar este escenario, habría que imaginarse ¿Qué clase de personas actúan de esta forma? ¿Qué horma les ha fundado los tejidos indiferentes de cualquier quejido?

Miserables sin misericordia que arpegian sus vidas con el acorde roto de gargantas rotas de tanto sufrimiento. Creyendo que sus burlas, amenazas o martirios harán mella en toda la bravura de Ana que los mira de frente, muy distinto a su ideología de corvos por la espalda.

Los cuerpos envejecen, los ideales perduran. Los verdugos pasan, infectan la cronología de la historia con sus hematomas, para después morir solos en la podredumbre de sus cavernas internas. Muy al contrario de una mujer que les brinda cátedra recostada en una cama.

Ana amaranta de los ángeles caídos y de los transformados en piedras de los cementerios ambulantes que ha sido esta parrilla alargada llamada Chile.

Anita, llevábamos, llevo dentro de mí todos los hijos ausentes. En mi voz va su canto, en mi tinta, su sangre detenida. En mis palabras, la imagen perenne de todos los Manuel y su gente. Sepa usted, que el reflejo de su vida heroica quema las farsas.

Somos soy, la extensión natural sobrenatural de cierta cascada de tiempo empujada hacia adelante. Hoja, rama, pétalo, brote, semilla, tallo, flor, gota de sangre de tinta, de lluvia, de sudor agudo, esdrújulo, grave, tónico de estalactitas forradas de manos anónimas que golpean a diario la puerta del cielo aquí en la tierra.

No está sola. Su búsqueda es la mía, su valentía venera todas las causas. En contra de todas las adversidades ha ganado. No los cuerpos detenidos, pero Sí, las indestructibles ideas que todos ellos llevaron sobre sus hombros y hombres y mujeres que han trascendido más que todos los cobardes homicidas y sus homilías castrenses.

Para ellos, los sicarios del empresariado, los valientes violadores estatales:
Que el silencio les pudra la boca. Que los niños escupan sus nombres
Que el recuerdo de sus abusos, no suelte sus manos deformadas.
Que la sangre esparcida incendie la pupila de sus frentes.

Porque larga es la noche del parto de parricidas que ha asolado y asola estos lares y calles que ellos insisten en ocultar. Pantanos paramilitares que van tragando muchachas descuidadas u obreros ingenuos que no conocen el límite de las pezuñas o de los perdedores económicos que el sistema digestivo expulsa en su cálculo renal de rentas de daños colaterales colindantes con la cartografía histórica genética que arrastran los pobres dentro de sus venas de inviernos interminables y primaveras precoces que siembran cuerpos en los desiertos donde florecen las espinas óseas de tanto desaparecido o en el mar y su tos de cartílagos con apellidos.

Nunca más se tuvo noticias de sus cuerpos, pero Sí de sus nombres. Nadie está olvidado.
Ellos creen que los desaparecen y es todo lo contrario, florecen en el pecho de la patria.
Su llama no se apaga, otros levantarán su antorcha.

Otros levantarán su pueblo en andas, su pueblo en Anas.

Por Equipo Prensa Opal.