Por alguna razón, en el imaginario popular hay diferencias entre la “medicina natural” y “la de las farmacéuticas”, o bien la medicina homeopática frente a la “alopática”; la ancestral frente a la moderna, u “oriental” versus “occidental”.
Algo que incluso puede sonar extraño para algunos, si consideramos que el objetivo de la medicina es curar a las personas: ¿por qué habría que elegir una “corriente de pensamiento”?. Como dice Tim Minchin en su poema Storm, la única medicina es la que funciona, todo el resto de las terapias y sustancias, o nadie se ha preocupado en demostrar con criterios racionales que funciona (más allá de “a mi tía le sirvió”), o se ha demostrado que no funciona.
Medicina natural
La medicina natural por ejemplo, en el imaginario popular suele hacer referencia a “plantas curativas”. Pues bien, es cierto que hay muchas plantas que contienen químicos que producen ciertos efectos en nuestro organismo. El problema con esto es que las plantas no suelen venir con etiquetas explicando qué cantidad de esa sustancia tiene, y además, puede incorporar otras cosas que no queremos, como tierra, larvas, madera. El Sauce Blanco por ejemplo, ha sido utilizado por Hipócrates como analgésico, y no fue hasta el siglo XVII que se dieron cuenta que su corteza podía utilizarse para obtener ácido acetilsalicílico, que hoy en día las farmacéuticas fabrican artificialmente para asegurar una pureza óptima, y poder vender en cómodos blísters.
Para conocer los efectos primarios y secundarios de las sustancias, además de la dosis exacta, y síntomas para los que funcionan, no basta con algunas anécdotas del tipo “a mí me funcionó“, sino que se requieren muchos ensayos clínicos en animales y humanos, y luego del famoso doble ciego, que básicamente consta en tomar a dos grupos de personas con síntomas similares, y darles a un grupo la droga en cuestión, y al otro, un placebo. Y sin decirles qué se les está dando, para luego comparar los resultados y verificar si el efecto era “sólo psicológico”, o si la sustancia activa realmente producía una diferencia en nuestra fisiología.
¿Y la medicina milenaria?
Bueno, en cualquier fuente que se investigue, se podrá verificar que la esperanza de vida promedio fue inferior a los 35 años, hasta el siglo XIX, que con la aplicación de la medicina moderna, el descubrimiento de muchos agentes patógenos y la consecuente mejora de la calidad de vida, esta cifra se duplicó. Parece que esta medicina milenaria no fue tan eficiente como lo muestran muchas publicidades.
La buena práctica de la medicina, utilizando todas las herramientas que la ciencia y la tecnología pueden brindar, no nos puede asegurar ningún resultado, pero sí nos muestra que estadísticamente tiene la capacidad de salvar muchas más vidas que cualquier práctica basada en conocimientos anecdóticos, especulativos y no sistematizados.
En el día a día de la práctica clínica, los médicos hacen verdaderas investigaciones científicas con cada paciente: interpretando síntomas, estableciendo hipótesis, buscando pruebas, y repitiendo el ciclo hasta dar con el problema, para luego, intentar buscar alguna solución. Pero cada médico (así como cada profesional), es un mundo diferente, y no todos conocen en profundidad la problemática de, por ejemplo, las pseudociencias.
Ya en una ocasión se me ocurrió preguntarle al médico que me estaba atendiendo qué opinaba de la homeopatía, y me contestó algo así como que es un tipo de medicina preventiva para personas sanas, aunque no se mucho del tema porque es oriental y yo estudié medicina occidental.
Sea lo que sea, si funcionase, y pudiera verificarse con procedimientos universales y estandarizados, se aplicaría tanto en occidente como en oriente. Las leyes físicas no son distintas en China. Y en lo que respecta a mi médico, aunque tenga un diploma, resulta evidente que no está del todo calificado para ser un buen médico y resolver problemas de este tipo. De opinar que la homeopatía “es buena para algunas personas” (que se basa en una creencia tonta, y se ha demostrado que tiene una efectividad similar a un placebo) a realmente recomendarla, hay un sólo paso. Y cuando un médico recomienda homeopatía como medida preventiva contra la malaria para un turista que viaja a Africa, el problema epistemológico se transforma en un asesinato.
El gran error es llamar a todo este conjunto de prácticas pseudocientíficas como medicina alternativa o complementaria, ya que les estamos concediendo un estátus que realmente no tienen.
Son simplemente prácticas comparables a la brujería o la magia, muchas de los cuales, como la Homeopatía, de hecho niegan implícitamente la existencia de las moléculas y creen que un líquido se puede diluir infinitamente, aumentando así su potencia.
Siguiendo con la cita de Tim Minchin, cualquier medicina alternativa, que demuestra con evidencias que funciona, pasa a llamarse simplemente medicina.