En una modesta pero iluminada sala de estar, colgaba un cuadro que ha capturado la atención y los corazones de quienes lo han contemplado. Se trata de la imagen de un niño pequeño, con una expresión que mezcla tristeza y vulnerabilidad, cuyas lágrimas parecen contar una historia de dolor y anhelo. Este cuadro es conocido popularmente como “El Niño Llorón”.
El niño que llora es una reproducción impresa en serie de un cuadro del pintor italiano Bruno Amadio, conocido también como Giovanni Bragolin. No es simplemente una pintura; es una ventana a la fragilidad humana, a los sentimientos profundos que, a menudo, permanecen ocultos bajo la superficie. Los ojos del niño, grandes y llenos de una melancolía desgarradora, parecen seguirte por la habitación, implorando una atención que no se atreve a pedir en voz alta. Las lágrimas que ruedan por sus mejillas suaves y sonrosadas se mezclan con la luz tenue del entorno, dándole un brillo casi etéreo.
Este cuadro, a primera vista, podría parecer una representación simple de un momento de tristeza infantil. Sin embargo, la destreza del artista para capturar la profundidad de la emoción en la mirada del niño y la delicadeza en los trazos de su cabello y su ropa, revela una maestría en el arte de evocar sentimientos. Cada detalle, desde la paleta de colores suaves hasta la textura de las lágrimas, está diseñado para resonar con el espectador a un nivel visceral.
Origen del Mal
La historia detrás de esta pintura es tan intrigante como la propia obra. Durante la década de 1980, comenzaron a suceder tragedias ligadas a estas pinturas. Las primeras fueron informadas en el Reino Unido y publicadas en el diario The Sun. El 4 de septiembre de 1985, The Sun informaba que un bombero de Yorkshire afirmaba que en las casas donde estaba alguna de estas pinturas de los Niños Llorones, las copias eran encontradas intactas, mientras que todo alrededor estaba incendiado. Este mismo bombero afirmó que ninguno de sus compañeros tenía permitido poseer una copia del cuadro en su casa.
Durante los meses siguientes, varios periódicos publicaron artículos sobre incendios de casas cuyos propietarios habían tenido el cuadro. Hacia finales de noviembre, la creencia en la maldición de la pintura estaba tan extendida, que el mismo “The Sun” organizó quemas masivas de los cuadros enviados por sus lectores.
En la serie de 27 pinturas, hay una que es la que en más hogares se encontraba. Se trata de la conocida imagen de “El niño que llora”. Se dice que este era el retrato de un niño que vivía en un orfanato. Bragolin habría regalado el cuadro a la misma institución pero, al poco tiempo, habría ocurrido un voraz incendio en el lugar que acabó con la vida de todos los menores.
A pesar de las supersticiones, o quizás debido a ellas, el cuadro ha mantenido su atractivo y su lugar en la cultura popular. Las emociones que evoca son universales y atemporales, recordándonos la inocencia y la vulnerabilidad de la infancia, y quizás reflejando nuestros propios miedos y anhelos no expresados.
En el rincón de esa sala de estar, el Niño Llorón continúa su silenciosa vigilia, un testigo mudo del paso del tiempo y las emociones humanas. Su mirada melancólica sigue siendo un espejo en el que muchos ven reflejada su propia fragilidad y humanidad. Y así, el cuadro permanece, tan conmovedor y misterioso como siempre, dejando una marca indeleble en el alma de quien se atreve a mirarlo de cerca.
Sobre la pintura
La imagen muestra el retrato pintado de un niño pequeño con una expresión triste y pensativa en su rostro. El estilo de pintura parece ser realista, capturando detalles como la suavidad de la piel del niño, su cabello rubio y lacio, y sus grandes ojos azules que miran directamente al espectador.
La paleta de colores es predominantemente fría y apagada, con tonos grises y azulados que contribuyen a la atmósfera melancólica de la obra. La iluminación parece provenir desde arriba, creando suaves sombras en el rostro del niño.
El niño lleva puesta una bufanda o pañuelo a cuadros alrededor del cuello, sugiriendo que quizás hace frío o que el retrato fue pintado durante los meses más fríos del año. Su vestimenta y apariencia general indican que probablemente pertenece a una familia de clase media o trabajadora.
Lo que más llama la atención es la mirada del niño – parece perdida, triste y reflexiva, como si estuviera contemplando algo más allá del marco del cuadro. Esta expresión evoca un sentido de vulnerabilidad e inocencia, pero también de una cierta madurez precoz.
Este conmovedor retrato captura un momento de introspección en la temprana infancia, invitando al espectador a reflexionar sobre las emociones y pensamientos internos de este joven sujeto. El estilo realista y la paleta apagada amplifican el tono contemplativo de la obra.
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