Fidel Castro lo había dejado claro desde el inicio. “Nunca hemos creído que un homosexual pueda personificar las condiciones y requisitos de conducta que nos permitan considerarlo un verdadero revolucionario. Una desviación de esa naturaleza choca con el concepto que tenemos de lo que debe ser un militante comunista”, declaró el dictador cubano en 1965, alrededor de la misma época en la que comenzaba la brutal persecución a homosexuales por parte del gobierno cubano. Apenas seis años antes, e inspirado en la revolución soviética, Castro había derrocado del poder a Fulgencio Batista con un discurso que pregonaba por una sociedad más justa, pero lo que vendría después se parecería más al comunismo de los gulags estalinistas que el de la utopía igualitaria.
Tras las purgas ideológicas, juicios revolucionarios y centenares de fusilamientos que marcaron los primeros años posteriores a la toma de La Habana, la siguiente fase del plan depurador del dictador cubano tuvo como objetivo “reeducar” a los disidentes sexuales, considerados una amenaza para la organización de una sociedad en la que emergería el hombre nuevo, aquel individuo verdaderamente emancipado de las garras del capitalismo según la teoría marxista.
Si bien muchos teóricos y admiradores de Fidel todavía minimizan -o directamente niegan- la existencia de los campos de concentración de homosexuales durante la Revolución Cubana, un documental poco difundido pero que ahora puede verse en YouTube despeja las dudas sobre la inhumana persecución. Se trata de “Conducta impropia”, una producción de la televisión estatal francesa estrenada en 1984, con la dirección de dos afamados realizadores: Néstor Almendros, más conocido por sus contribuciones como director de fotografía a clásicos de la nouvelle vague, y Orlando Jiménez Leal.
Si bien ambos cineastas habían apoyado inicialmente a la Revolución, incluso filmando películas en apoyo del nuevo Gobierno y discursos de Fidel que eran luego enviados al exterior como material propagandístico, rápidamente la naturaleza autoritaria de Castro los transformó en opositores al régimen e hicieron lo que todo disidente debió hacer en Cuba: escapar para preservar su integridad intelectual y su vida.
Almendros recaló en Francia y Jiménez Leal hizo lo propio en Madrid, y ambos continuarían sus carreras trabajando en el cine. A comienzos de la década del 80, con la ayuda del ya exiliado Reinaldo Arenas, quien famosamente había declarado “No hay nada peor en Cuba que ser disidente, escritor y maricón” -el cumplía los tres requisitos-, dieron forma a Conducta impropia, recogiendo testimonios de decenas de cubanos, en su mayoría homosexuales, que habían sido enviados a los campos de concentración, enmascarados con el burocrático nombre de UMAPs (Unidad Militar de Ayuda a la Producción).
Tal vez el testimonio más impactante de la película es el de José Mario, uno de los primeros en ser confinado a los campos de detención que se habían levantado en la ciudad de Camagüey, a casi 600 km de La Habana.
Mario fue el primero en escribir sobre su experiencia en las UMAPs luego de escaparse de Cuba, y su crónica, publicada en una revista literaria española a mediados de los 70s, llamó la atención de Almendros. En ella se describían la rutina en de los detenidos (trabajar en la siembra de tabaco o caña desde el amanecer hasta que caía la tarde), la construcción e instalaciones de los campos (barrancas grandes donde se ubicaban los dormitorios y cercas electrificadas para que nadie escapara) y el abuso de los oficiales (“Los artistas e intelectuales son todos maricones”, era lo que le repetía uno de sus vigilantes).
En la película Mario relata todos estas vivencias y detalles pero además recuerda un detalle escalofriante: en la entrada del campo de detención se destacaba un cartel con la frase “El trabajo los hará hombres”, que evocaba al Arbeit macht frei (“El trabajo los hará libres”), el infame letrero colgado en la entrada de los campos de exterminio nazi.
Pero los homosexuales no eran los únicos blancos: en las multitudinarias redadas también se capturaban “hippies” (entendido como todo aquel cubano que vestía camisas de colores, tenía el pelo largo o le gustaba el rock) y también quienes exhibieran una “conducta impropia”, lo que podía ser cualquier cosa que se le ocurriera a las brigadas de moralidad de Fidel. Muchos llegaron a denunciar haber sido arrestados y enviados a los campos de trabajo solo porque alguien tenía un problema personal con ellos o un vecino quería quedarse con su habitación.
Reinaldo Arenas, quien desde Nueva York se encargó de reunir la mayoría de los testimonios de los cubanos exiliados que aparecen en la película, también cuenta a cámara su propia experiencia en las UMAPs, su largo período haciendo trabajos de construcción de edificios que alojarían a obreros soviéticos y el calvario que le esperaba después de ser liberado.
“Cuando volví, todas mis cosas habían sido confiscadas, mi casa, mis pertenencias, hasta mis manuscritos, así que me vi en la calle. Irónicamente, yo ya era famoso mundialmente, pero no tenía ni maquina de escribir, ni un cuarto donde hacerlo, era un vagabundo pidiendo a mis amigos que me dejen dormir en sus casas todas las noches. Cuando preguntaban por mí escritores que venían del extranjero, las autoridades decían que no había ningún escritor llamado Reinaldo Arenas. Pasé a convertirme en un personaje de Orwell, en una no-persona”.
Finalmente, y gracias a la presión de intelectuales y artistas en el extranjero, en 1968 serían cerrados los campos de trabajos forzosos, que se calcula fueron padecidos por 25 mil a 30 mil personas (además se contabiliza que decenas de homosexuales cubanos se suicidaron por temor a ser llevados allí).
Tendrían que pasar 45 años para que Fidel Castro aludiera a estos infames eventos. En 2010, consultado por un periodista mexicano sobre su persecución a los homosexuales, Castro haría una inusual autocrítica: “Fueron momentos de una gran injusticia (…) Piensa cómo eran nuestros días en aquellos primeros meses de la Revolución: la guerra con los yanquis, el asunto de las armas, los planes de atentados contra mi persona. Escapar a la CIA, que compraba tantos traidores, a veces entre la misma gente de uno, no era cosa sencilla; pero en fin, de todas maneras, si hay que asumir responsabilidad, asumo la mía”. Reinaldo Arenas había fallecido dos décadas atrás en el exilio.
CONDUCTA IMPROPIA
https://www.youtube.com/watch?v=hCUP4Ai1CaQ