Así engañan las multinacionales alimentarias para ocultar su lado oscuro

Preocupada por la alimentación de su primer hijo, la periodista argentina Soledad Barruti se atrevió un día a leer detenidamente la letra pequeña de los paquetes en el supermercado. Lo que encontró la llevó a internarse en una investigación de cinco años cuyo resultado hoy puede leerse en el libro 'Mala Leche: el supermercado como emboscada'.

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En su introducción, el libro aporta un dato estremecedor: “Hoy cualquier chico de ocho años ya comió la cantidad de azúcar que su abuelo en ochenta”.

En diálogo con Sputnik, Barruti explicó que la brecha comenzó a crecer en los años sesenta, con la desarrollo de la industria de los alimentos. Sin embargo, la explosión llegó en los noventa, con la “globalización”.

“La globalización trajo la idea de una ‘comida del mundo’ pero la comida del mundo no existe porque es el reflejo de territorios y tiene particularidades. Lo que termina dándose es la ‘comida de las marcas del mundo’, que son los mismos ingredientes básicos y refinados que no alimentan”, apuntó la escritora.

Portada del libro Mala Leche de Soledad Barruti.
© SPUTNIK /
Portada del libro Mala Leche de Soledad Barruti.

Este tipo de alimentos ultraprocesados, entre los que Barruti incluye a las golosinas pero también a panificados, lácteos y cereales, se caracterizan por presumir de una “aparente diversidad” lograda a partir de “aditivos” artificiales como saborizantes, colorantes y aromatizantes, además de grandes cantidades de azúcar.

Así los consumidores, especialmente los niños, caen en “un mareo mental muy adecuado a las necesidades de venta”.

Para Barruti, el hábito de no inspeccionar las etiquetas de los productos que se encuentran en los supermercados es “firmar un cheque en blanco” a la industria, dado que “nos atrae el frente del paquete, la publicidad, y así nos vamos engañando”.

“Uno compra un jugo de manzana pensando que es más sano que el de frutos tropicales pero es lo mismo con aromatizante distinto. Uno cree que está comprando una fruta pero está comprando la idea de una fruta que no estuvo ni cerca”, sintetizó.

El título elegido por Barruti para el libro remite, justamente a “la mala intención con la que se maneja información a discreción y nos convencen de cosas que no terminamos de entender”.

El consumo humano de leche vacuna es, para la periodista, paradigmático: “Es el gran ejemplo de un reduccionismo alimentario que es muy efectivo para vender algo que no necesitamos y que termina casi convertido en un producto farmacéutico que las personas consumen obligadamente”.

El papel que jugaron infinidad de científicos a favor de la industria ha sido determinante. Por eso, Barruti reclama la necesidad de diferenciar entre “buena ciencia” y estudios científicos patrocinados por la industria alimenticia para “no terminar confundiendo publicidad con ciencia”.

“Dentro de la buena ciencia cada vez hay más pruebas de que este sistema alimentario no funciona”, señaló la autora de “Mala Leche”.

En su investigación, Barruti relevó el efecto que ya tiene en supermercados de Chile el rotulado con advertencia sobre excesos azúcar, grasas o sal. Si bien encontró cambios positivos, considera que no debe ser la única solución porque la industria ha sabido adaptarse para evadir las advertencias.

En efecto, los fabricantes de alimentos comenzaron a sustituir el azúcar por edulcorante, ciertos componentes ultraprocesados por otros sintéticos o aceites por emulsiones. El resultado: evaden el rotulado pero siguen siendo chatarra.

Barruti enfatizó, en ese marco, que la regulación debe ser respaldada con políticas que mejoren el “acceso” a alimentos saludables, propongan un “plan real alimentario” y logren que cada país camine hacia su “soberanía alimentaria”.

Pero los cambios también pueden hacerse puertas adentro. En ese sentido, Barruti retomó las palabras de la médica chilena Cecilia Castillo, una de las expertas consultadas en el libro, para dar una guía de qué tipo de comportamientos pueden mejorar la alimentación de una familia: “No hay que comer productos con ingredientes sino volver a comprar los ingredientes”.