Hablar de Víctor Jara, nos retrotrae inevitablemente a las trágicas circunstancias de su muerte, por la dictadura cívico militar, lo que tal vez para muchas personas les impide profundizar y conocer mas de su obra musical.
Jara tiene una importante discografía, que mas allá de La Plegaria o El derecho de vivir en paz, nos abre un mundo intimo, donde desde la calidez de su voz, nos cuenta historias de fe o ausencia de esta en que saco rogar al cielo, o una verdad que solemos pasar por alto cuando nos dice, total en la lucha pierdes si luchas para matar en No puedes volver atrás
Hay mucho por descubrir aun en sus canciones, La mejor manera de honrar su memoria en honrar su obra
La agonía de Víctor Jara
Hace 48 años, el cuerpo del cantautor y director de teatro Víctor Jara apareció arrojado en un sitio eriazo de Santiago de Chile. La dictadura de Augusto Pinochet había estallado hace solo tres días.
Lo que ocurrió desde su detención y hasta su muerte aún está siendo investigado, pero los testimonios reviven los horrores desatados por el genocidio instaurado luego del golpe de Estado contra el presidente Salvador Allende.
Este es parte del último caminar de Víctor Jara, una muerte recordada con profundo dolor, pero que afianza el compromiso por la justicia y la esperanza a la que tanto cantó el artista chileno.
11 de septiembre de 1973
Ese martes, Víctor Jara escuchó desde su casa las últimas palabras de su amigo y presidente, Salvador Allende, emitidas desde La Moneda en pleno bombardeo.
El cantautor de 40 años se despidió de su esposa, Joan Jara, tomó su guitarra y se fue a la Universidad Técnica del Estado (UTE), hoy la Universidad de Santiago de Chile. Allá, se encontró con sus estudiantes y sus colegas profesores y juntos decidieron pasar la noche en el lugar para hacer resistencia a las primeras horas de la dictadura.
12 de septiembre de 1973
La mañana del miércoles, la UTE fue asediada por tropas militares que ingresaron a la universidad y tendieron a todos los que se encontraban en su interior, sobre el patio principal, entre ellos Víctor Jara y su guitarra.
Los hombres, entre esas casi 600 personas, fueron llevados al Estadio Chile, recinto deportivo que había sido convertido en centro de detención y tortura.
Cuando iba ingresando al recinto, con las manos en la nuca, como el resto de los prisioneros, Víctor es reconocido por uno de los oficiales. “A ese hijo de puta me lo traen para acá”, gritó. Jara fue sacado de la fila con un golpe de culata tan brutal, que cayó ante el militar, quien comenzó a pegarle.
“Lo golpeaba, lo golpeaba. Una y otra vez. En el cuerpo, en la cabeza, descargando con furia las patadas. Casi le estalla un ojo. Nunca olvidaré el ruido de esa bota en las costillas. Víctor sonreía. Él siempre sonreía, tenía un rostro sonriente, y eso descomponía más al facho (fascista).
De repente, el oficial desenfundó la pistola. Pensé que lo iba a matar, pero siguió golpeándolo con el cañón del arma. Le rompió la cabeza y el rostro de Víctor quedó cubierto por la sangre que bajaba desde su frente”, recuerda uno de los detenidos testigo, Boris Navia.
Lo condujeron con otros oficiales, siendo exhibido casi como un trofeo. Esa noche fue interrogado y torturado, permaneciendo después bajo custodia en uno de los pasillos del lugar, sin ingerir alimentos ni agua.
13 y 14 de septiembre de 1973
Durante esos días, sus compañeros cuentan que el militar que lo vigilaba abandonó su puesto, y ellos aprovecharon ese instante para ayudarlo.
Lo arrastraron desde los pasillos de los camarines hasta la cancha principal, y lo escondieron entre las gradas con los otros miles de detenidos. Según cuentan quienes estuvieron con él, se encontraba muy mal herido. Uno de los compañeros le cortó el cabello con un corta uñas para intentar camuflar sus característicos y abultados rizos.
Otro de los detenidos, sabiendo que Víctor no había comido ni bebido, consiguió que un militar le regalara un huevo crudo, que le pasaron a Víctor. Él le hizo un orificio por uno de sus costados y bebió su contenido. “Ahora mi corazón late como campana”, dijo, y habló de Joan y sus dos hijas.
Fue allí cuando se enteran que dos compañeros saldrían libres y todos comienzan a escribir mensajes para ser llevados a sus familiares. En una pequeña libreta, Víctor escribe sus últimos versos: “Canto que mal que sales cuando tengo que cantar espanto. Espanto como el que vivo, espanto como el que muero”.
Pese al intento de los presos, los efectivos del ejército lo descubrieron y lo golpearon, frente a todos, con mayor intensidad, antes de llevarlo de regreso a los pasillos donde vuelven a interrogarlo, insultarlo y torturarlo.
15 de Septiembre de 1973
Al anochecer de ese sábado, trasladan a los prisioneros desde el Estadio Chile al Estadio Nacional. Al salir, atraviesan un recinto en el que había entre 30 y 40 cadáveres. Boris Navia reconoce el rostro de Víctor Jara entre ellos. “Todos están acribillados y tienen un aspecto fantasmagórico, cubiertos de polvo blanco que cubre sus rostros y seca la sangre. Reconozco a Víctor en primer lugar”, dice Navia.
Horas antes, Víctor Jara había sido llevado por última vez a una de las habitaciones de los camarines del recinto. Allí, le quebraron las manos a pisadas y culetazos, lo obligaron a intentar tocar una guitarra, se burlaron del músico, lo abofetearon, lo torturaron.
“¡Cantante marxista, comunista conchadetumadre, cantor de mierda”. Quien más lo insultó fue el teniente Edwin Dimter Bianchi, conocido como El Príncipe. Los militares comenzaron a jugar a la ruleta rusa, poniéndole un arma en la sien y dejando cada intento a la suerte, hasta que una de las balas se descarga matando a Víctor Jara.
El soldado José Paredes Márquez testificó que el cuerpo del músico cayó de costado y con convulsiones. El Príncipe ordenó que lo acribillaran, y así, le clavaron otros 43 tiros.
16 de septiembre de 1973
Durante la madrugada, dos vecinas de una población cercana al Cementerio Metropolitano de Santiago, encuentran en un sitio eriazo, detrás de ese recinto, seis cuerpos. Al darlos vuelta, se dan cuenta que uno de ellos es Víctor Jara. Junto a otras personas, lo llevan al Servicio Médico Legal. Allí, uno de los funcionarios también lo identifica y le avisa a su esposa, Joan Jara.
El cuerpo del cantautor chileno tenía 44 impactos de bala: 2 en la cabeza, 6 en las piernas, 14 en los brazos y 22 en la espalda. Gracias a la ayuda de otros compañeros, Joan logra sacar a su amor del SML y lo entierra en un nicho en el Cementerio General de Santiago, la placa no lleva nombre, para que los militares no puedan dar con él y desaparecerlo, como lo hicieron con tantos hombres y tantas mujeres.