Por Daisy Castillo Triviños
Ese fue el mes, en que, por primera vez, se reunió la mesa de trabajo técnica cuya finalidad es adoptar medidas concretas ante los llamados “funerales de narcos” o también, usando un eufemismo, se les conoce como “funerales de alto riesgo”. En esa instancia participan la Subsecretaría de Prevención del Delito, junto con Carabineros y la Policía de Investigaciones, además, de la Fiscalía y alcaldes de distintas comunas de Santiago. ¿Y qué han conseguido, en la práctica, hasta ahora? Para ser directos y claros: nada con respecto a los narco-velorios.
Un asunto es que lo que se persigue, mediante esta “mesa técnica” como es investigar el origen de las armas y fuegos artificiales utilizados por cercanos a narcotraficantes que mueren y, otra intención, es reordenar la labor preventiva. Sin embargo, en el último de estos velorios ocurrido, por ejemplo, hace unos días en Conchalí, una vez más los familiares, amigos y conocidos despidieron, con “honores” a uno de sus compañeros.
En Conchalí, el despliegue de fuegos artificiales, cual si fuera la noche del 31 de diciembre, sumado a la seguidilla de disparos y música a todo volumen, fue para decir adiós a Bastián López (19 años), alias “El Pollito”, acribillado en la entrada de su casa, debido, presuntamente, a un ajuste de cuentas entre bandas rivales. El joven era miembro del clan de los Reyes, liderado por su propia madre, que se encuentra recluida en Chillán.
Lo curioso de esta escena, no son los fuegos artificiales, las luces y el olor a pólvora con el que se impregna el aire y toda esa parafernalia que se monta con ráfagas de armas automáticas. Lo que llama la atención es el rol que está desempeñando la policía uniformada, más de resguardo de los amigos de los delincuentes que de los vecinos, cansados de reclamar, en diferentes comunas de la Región Metropolitana por esta situación que se está registrando cada vez con más frecuencia, como si se tratara de una situación normal, que, pareciera, hasta se estuviera normalizando como sucede con tantas otras malas prácticas en nuestro país.
Todo el ambiente protagonizado en los funerales de narcotraficantes se hace a vista y paciencia de Carabineros, quienes están demostrando una evidente inacción al estar escoltando los autos en que se traslada el cuerpo del difunto y cuidando los vehículos de sus ruidosos y escandalosos acompañantes, entre quienes se suman también menores de edad, haciéndose parte de una suerte de festejo y de la larga fila afuera de la casa para poder darle el pésame a la familia del joven fallecido.
¿Qué está pasando con la policía uniformada? La señal que están entregando no es, precisamente, de resguardo a la comunidad que quiere vivir en paz. El argumento de Carabineros para blindar la ceremonia de los familiares de los delincuentes es evitar que se produzcan altercados con el resto de los vecinos.
Lo que se requiere, frente a este tipo de hechos, es que Carabineros tenga una actitud firme y no débil ante la narco-cultura y las dinámicas de apropiación local de dicho estilo de vida. De lo contrario, lo único que se conseguirá es acentuar un patrón cultural de identificación positiva con el mundo de lo “criminal”.
No podemos olvidar que se han dado casos en los que un narco-velorio se prolonga por tres días, vecinos de otras comunas llegan a escuchar los disparos y se perturba la tranquilidad y la calidad de vida de gente que no tiene nada que ver con el delincuente de turno asesinado por venganza.
Así las cosas y con la conformación de una “mesa técnica”, pareciera que en nada se avanza para poner término a los narco-velorios. Los delincuentes están de fiesta, están demostrando que son, prácticamente, los “dueños” de los pasajes de barrios y que el poder lo tienen ellos, no la policía.
Por: Daisy Castillo Triviños, periodista y autora de “Los Crímenes del Sename”