
San Joaquín, 8 de diciembre de 2025.- John Lennon murió a las 10:50 de la noche del 8 de diciembre de 1980, abatido a balazos en la entrada del edificio Dakota, en Nueva York, cuando volvía a casa con Yoko Ono. Cuarenta y cinco años después, su figura sigue latiendo en canciones, murales, aniversarios y causas por la paz que lo invocan como un símbolo incómodo y luminoso a la vez.
La noche en el Dakota
Es lunes en Manhattan, hace frío y John Lennon tiene 40 años recién cumplidos. Vuelve del estudio, donde trabajaba con Yoko en nuevas grabaciones, y solo quiere subir a decir buenas noches a su hijo Sean. En la penumbra del portal del edificio Dakota lo espera un hombre que ya lo ha abordado antes para pedirle un autógrafo: Mark David Chapman, un fan obsesionado que lleva horas merodeando con un libro en la mano.
Cinco disparos quiebran el ruido de la ciudad; cuatro impactan en la espalda y el hombro de Lennon, que alcanza a avanzar unos pasos mientras grita “I’m shot!”. Es trasladado de urgencia al hospital Roosevelt, donde es declarado muerto a las 11:15 de la noche; el mundo se entera por la radio y la televisión, y multitudes velan en silencio frente al Dakota y en ciudades de todo el planeta.
El chico de Liverpool que cambió el pop
Antes de convertirse en mártir involuntario, Lennon fue un chico de Liverpool marcado por una infancia difícil, la separación de sus padres y la temprana muerte de su madre Julia. De esa fragilidad nacen su ironía, su rabia y también la necesidad de armar una banda, primero los Quarrymen y luego The Beatles, junto a Paul McCartney, George Harrison y más tarde Ringo Starr.
Con los Beatles reescribió la historia del pop: del rock and roll inicial a la psicodelia, del grito adolescente de “Twist and Shout” a paisajes sonoros como “Strawberry Fields Forever” y “A Day in the Life”, donde se funden experimentación, crónica y poesía. La palabra “Beatlemania” nació para describir esa ola desbordada de histeria y pertenencia que despertó el grupo, un fenómeno cultural más que musical.
Canciones que cuentan una vida
La obra de Lennon puede leerse como una biografía cantada. Están las canciones de furia y clase, como “Working Class Hero”, donde vomita contra la hipocresía social; los gritos primales de “Mother”, desgarrando la herida de la infancia; y las postales íntimas de “Love” o “Beautiful Boy”, dedicadas al hijo que llegó cuando él intentaba rehacer su vida.
Luego están los himnos que desbordaron los discos: “Give Peace a Chance”, coreada en marchas contra la guerra; “Instant Karma!”, con su urgencia espiritual; “Imagine”, convertida en banda sonora de manifestaciones, funerales, ceremonias y campañas, a veces al margen de sus contradicciones. Y, por supuesto, las canciones con los Beatles en las que su pluma se vuelve universal: “All You Need Is Love”, “Come Together”, “Lucy in the Sky with Diamonds”, “Revolution”, “Strawberry Fields Forever”.
Activista, provocador, incómodo
Lennon entendió temprano que la fama podía ser una trinchera política. Junto a Yoko Ono convirtió su luna de miel en una protesta contra la guerra de Vietnam, abriendo las puertas de su habitación de hotel para cantar “Give Peace a Chance” frente a cámaras y periodistas de todo el mundo. Practicó el arte conceptual, los “bed-ins”, las conferencias surrealistas, las portadas desnudas, y no dudó en provocar a gobiernos y conservadores con declaraciones que iban desde “más populares que Jesús” hasta críticas al imperialismo.
Esa mezcla de ingenuidad y radicalidad le ganó enemigos. Su figura fue vigilada por autoridades estadounidenses que intentaron deportarlo, se le acusó de haberse “vendido” o de haberse aislado en Nueva York con Yoko, mientras seguía escribiendo sobre celos, culpas, maternidad, alcohol, espiritualidad y redención.
Duelo, memoria y rituales colectivos
El asesinato de Lennon desató un duelo colectivo pocas veces visto en la cultura popular. Fanáticos se reunieron espontáneamente en plazas y calles; algunos se quitaron la vida, incapaces de procesar la noticia; en Liverpool, Nueva York y Tokio se improvisaron vigilias y minutos de silencio que mezclaban rezos, guitarras y lágrimas. No hubo funeral público: Yoko Ono pidió que la gente recordara a John escuchando su música y celebrando su vida, no contemplando un ataúd.
Con los años surgieron altares laicos: el mosaico “Imagine” en el Strawberry Fields de Central Park, a metros del Dakota; el museo y las estatuas en Liverpool; parques, murales y placas en distintos países que hacen de cada 8 de diciembre una cita para dejar flores, encender velas o simplemente ponerse los audífonos y volver a ese timbre de voz irrepetible. Cada aniversario suma especiales de radio y televisión, listas de sus “mejores canciones” y tributos que actualizan la conversación sobre su legado.
Un legado que sigue reescribiéndose
Cuarenta y cinco años después, la influencia de Lennon se nota tanto en la música como en la manera de entender al artista como sujeto político. Su sociedad creativa con Paul McCartney sigue considerada la más influyente del siglo XX, y decenas de músicos —del folk a la música alternativa— lo citan como referencia esencial para escribir sobre lo íntimo y lo colectivo a la vez. Su nombre también bautiza premios, proyectos educativos y eventos benéficos, como el John Lennon Tribute y el Real Love Project, que llevan su música a escuelas y comunidades vulnerables.
En las redes, en los playlists y en los nuevos movimientos por la paz, su rostro redondo con lentes metálicos reaparece con fuerza, a veces convertido en logo, a veces en consigna. Su mensaje de “darle una oportunidad a la paz” suena hoy, en un planeta atravesado por nuevas guerras y desigualdades, menos como consigna naïf y más como desafío pendiente.
Lennon desde Chile y desde la radio
Escuchar a Lennon desde el sur del mundo tiene algo de paradoja y de espejo. Sus canciones acompañaron juventudes marcadas por dictaduras, exilios y censuras; su apuesta por la libertad creativa dialogó con generaciones de músicos latinoamericanos que también pagaron costos por decir lo que pensaban. En Chile, temas como “Imagine” o “Give Peace a Chance” se han mezclado con nuestro propio repertorio de cantautores y himnos de lucha, sonando en actos, marchas, conmemoraciones y radios comunitarias.
En una emisora de barrio, en una casa de población o en el streaming de un teléfono, Lennon sigue entrando como ese compañero de ruta que no se conforma con el mundo tal cual está. Tal vez por eso cada 8 de diciembre no se recuerda solo cómo murió frente al Dakota, sino la inagotable lista de veces en que, con una guitarra colgando del cuello, nos enseñó a imaginar que otro mundo era posible.











