Durante el siglo XIX y principios del XX, en algunas zonas de Europa, sobre todo en ciudades como Londres, surgió una curiosa práctica en las hospederías de bajo coste: dormir sobre una cuerda. Este fenómeno se presentó como una alternativa para las personas que no podían pagar una cama o un alojamiento más cómodo, ofreciendo una solución temporal a los problemas de descanso en un contexto de pobreza extrema y urbanización acelerada.
El concepto de dormir sobre una cuerda.
La idea detrás de esta práctica era simple. En lugar de ofrecer una cama o incluso una superficie plana, las hospederías más humildes optan por atar una cuerda de un lado a otro de la habitación, a una altura de poco más de un metro. Los huéspedes, por una cantidad mínima de dinero, podrían apoyarse en la cuerda para descansar. En realidad, no era un “dormir” en el sentido pleno de la palabra, ya que los usuarios permanecían prácticamente colgados, inclinados hacia adelante, con la cuerda sirviendo como un leve soporte para su cansado cuerpo.
Este tipo de descanso distaba mucho de ser reparador, pero ofrecía una mejor opción que dormir directamente en el suelo frío o al aire libre, algo que para muchos era la única otra alternativa. La cuerda proporcionaba un apoyo básico para las personas sin hogar o para los viajeros con muy pocos recursos, quienes buscaban un lugar seguro y cerrado donde pasar la noche, aunque las condiciones no eran óptimas.
Un recurso para los más pobres
Las hospederías que ofrecían este tipo de alojamiento eran frecuentadas principalmente por trabajadores, jornaleros, vagabundos y viajeros pobres que no podían permitirse el lujo de una habitación propia. Las tabernas de bajo costo también ofrecían este servicio, conocido como “dormir sobre una cuerda”, con la finalidad de atraer a una clientela de escasos recursos que, a pesar de las malas condiciones, prefería dormir bajo el techo que enfrentar las duras noches de la ciudad.
Las personas que hacían uso de esta opción solían estar en una situación de extrema precariedad. Los espacios donde se ataban estas cuerdas a menudo estaban mal ventilados y eran insalubres. En muchos casos, decenas de personas compartían una misma habitación, lo que generaba un ambiente propicio para la propagación de enfermedades. Sin embargo, la falta de opciones obligaba a muchos a aceptar estas condiciones con tal de tener un lugar, aunque fuera mínimamente protegido, para pasar la noche.
Las condiciones en las hospederías.
Los sitios que ofrecían cuerdas para dormir no solo eran pobres en comodidades, sino también en higiene y seguridad. El hacinamiento era una característica común de estas hospederías, y el ambiente insalubre, con una acumulación de personas, contribuía a la propagación de enfermedades contagiosas. Además, la falta de ventilación adecuada y las condiciones de insalubridad incrementaban los riesgos para la salud de los que se hospedaban.
A pesar de estas condiciones, la opción de dormir sobre una cuerda seguía siendo preferida por muchas personas frente a la dureza de la vida en las calles. Los huéspedes de estas hospederías solían ser trabajadores temporales o personas que viajaban entre ciudades en busca de empleo. Este tipo de alojamiento era, para muchos, la única opción viable económicamente.
Una metáfora de la precariedad
Con el paso del tiempo, la expresión “dormir sobre una cuerda” se ha convertido en una metáfora que representa condiciones extremadamente precarias o soluciones temporales a problemas mayores. La precariedad en la que vivieron muchas personas durante la Revolución Industrial en Europa, especialmente en las grandes ciudades, quedó reflejada en esta práctica. No solo era un indicativo de la pobreza material, sino también de la falta de recursos sociales y económicos para mejorar las condiciones de vida de los más desfavorecidos.
La pobreza urbana de la Europa industrializada durante los siglos XIX y XX se manifestaba en diversas formas, y esta práctica es solo uno de los tantos ejemplos de cómo los más pobres intentaban adaptarse a un sistema que no les ofrecía las garantías mínimas para su bienestar. Para muchos, la vida en las ciudades industriales significaba largas jornadas laborales, condiciones de trabajo insalubres y, al final del día, una cuerda para dormir en lugar de una cama.
El fin de una práctica insólita
A medida que las condiciones de vida mejoraron en Europa y las legislaciones laborales y de vivienda comenzaron a cambiar, la práctica de dormir sobre una cuerda fue desapareciendo. El avance en las políticas sociales, la construcción de viviendas accesibles y el desarrollo de mejores condiciones laborales para los trabajadores hicieron que este tipo de prácticas quedara en el pasado. Hoy en día, “dormir sobre una cuerda” es recordado como un símbolo de la extrema precariedad que vivió una gran parte de la población en la Europa del siglo XIX, pero también como una muestra de la capacidad de adaptación ante situaciones adversas.
El fenómeno de dormir sobre una cuerda es un ejemplo claro de las condiciones precarias que se vivieron durante la industrialización en Europa. Aunque la práctica ha desaparecido, su historia nos recuerda la dura realidad de aquellos tiempos y cómo las personas de escasos recursos luchaban por sobrevivir en un contexto de urbanización, pobreza y falta de oportunidades.
TE PUEDE INTERESAR
La última morada del ‘Fantasma del Pacífico’ https://t.co/pibEQxfCBu a través de @radiosanjoaquin
— Radio San Joaquín (@radiosanjoaquin) October 5, 2024