Florida (Uruguay), 12 jul (Sputnik).- “Todo esto era un mar de agua, ahí donde ves barro, había agua, y todavía se ven las marcas; acá en verano se llenaba de gente que venía a pescar, pero ya hace dos años que no llueve lo que tiene que llover y llenar esto va a costar”, dice Alejandro Ferreri a la Agencia Sputnik, mientras sostiene con cuidado a su nieta más chica.
El hombre de 68 años y sus tres nietos son sólo algunas de las personas que se acercan en forma constante a la represa de Paso Severino, ubicada en el departamento de Florida (centro), a menos de una hora y media de Montevideo.
Lo hacen porque están de paso entre la capital y el oeste del país o vienen especialmente, como Alejandro, porque creen que “esto no lo van a volver a ver en sus vidas”. Aunque los pronósticos climáticos, en realidad, auguran otro futuro.
Un futuro oscuro como el barro que queda al descubierto por la bajante del Río Santa Lucía, muy notoria, a pesar de las lluvias caídas en los últimos días, que sólo el lunes aumentaron el cauce más de 300.000 metros cúbicos y completaron cinco días de crecida que todavía no son suficientes para que la principal reserva de agua dulce de Montevideo y su zona metropolitana recupere los niveles normales.
Al hilo de agua que todavía corre le acecha una sirga cada vez más dominante, que hace pocos días dejó al descubierto un puente viejo, que no se veía desde 1987, así como postes, caracoles y cáscaras de moluscos que silban con el viento.
En algunas de las rocas que conforman la estructura del dique, construido con fondos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), hay rastros de velas quemadas, en una muestra de que todo vale para pedirle a la tierra que envíe lluvias y llenen el lecho que apenas supera los dos millones de metros cúbicos. Algunas lluvias podrían caer a mediados de semana, según los pronósticos.
Lo que más se repite en el lecho seco son botellas y bidones, recipientes que en este momento son muy preciados en Montevideo para valerse de agua potable: la venta de agua embotellada aumentó un 573 por ciento en la capital, según datos de la empresa de pagos electrónicos Scanntech, que analiza los tickets emitidos por sus posnet.
Es que comprar agua embotellada ha quedado como la única alternativa para casi dos millones de personas en cuyos hogares el agua de la canilla sale salobre, bebible pero no potable. Al final, es agua extraída del Río de la Plata, que las propias autoridades desaconsejan para embarazadas, hipertensos y personas con determinados padecimientos.
Pero los productores agropecuarios y de alimentos necesitan de soluciones más urgentes y sostenibles en el tiempo.
El Gobierno, que en junio declaró emergencia hídrica para el área metropolitana, está dando agua a más de medio millón de personas para tratar de paliar los perjuicios de la peor sequía en más de 70 años.
Otro perjuicio a las familias uruguayas, derivado de la crisis, es la duplicación de las reparaciones de calefones, termotanques y lavarropas, dañados por el exceso de sodio que OSE, la empresa estatal de aguas, introduce en los caños de la red pública, con el objetivo de estirar el recurso todo lo que se pueda. Hasta que llueva.
Cuánto más oscuro es el barro que queda en la cuenca, más rápido se hunde el pie. El efecto físico que se produce al caminar por el lecho también podría servir como alegoría política en relación a la respuesta ofrecida por los dirigentes a una crisis tardíamente declarada por el presidente, Luis Lacalle Pou, el 19 de junio pasado.
Recién el presidente argentino, Alberto Fernández, cometió el error de declarar que “en Montevideo abren las canillas y el agua no sale”. Igual, Argentina fue uno de los países que ofreció ayuda a Uruguay, pero el Gobierno de Lacalle Pou las desestimó.
Sin proponérselo, el desliz de Fernández unió mucho más al arco político uruguayo en sus críticas, que lo que días atrás había logrado el expresidente José Mujica (2005-2010), al admitir, en medio de un incesante espadeo de culpas y responsabilidades: “nos dormimos todos”.
“Los políticos son unos mentirosos, ellos al agua no se la toman. Lo que se necesita es una solución, no saber lo que no se hizo y lo que no se está haciendo ahora, o lo que se está haciendo mal ahora”, dice a esta agencia Nil Gregorio, un vecino de Montevideo que aprovechó el nuevo paseo turístico para entretener a su nieta en las vacaciones de invierno.
El medidor del río, fijado a una de las paredes del dique, marca que la superficie está cercana a los 24 metros de profundidad. Con cada merma se convierte en barro lo que ayer fue arena, al tiempo que uruguayos y uruguayas se sacan “selfies” para recordar el momento y licuar una impotencia que nunca se seca. (Sputnik)