Hubo un antes y un después en la cirugía y en parte se lo debemos al rey francés Luis XIV «el Rey Sol», más concretamente a su regio trasero.
Entre sus muchos males padeció de un absceso complicado con una fístula anal que le produjo tanto dolor que dejó su vida en manos de un cirujano, lo que en aquellos tiempos significaba tener más números de morir que salir con vida de la operación.
Los males del rey
En aquellos tiempos la limpieza en la corte del palacio de Versalles brillaba por su ausencia y los perfumes eran rociados por doquier para disimular el mal olor, según dicen el rey Luis XIV solo se bañó dos veces en toda su vida.
Siempre le acompañaron los problemas de salud y no era raro el día que no le ponían una lavativa, un purgante o le sangraban. Gonorrea, gastroenteritis, ataques de gota, cálculos en la vejiga urinaria, fiebre tifoidea y problemas dentarios que le ocasionaron tan mal olor que cuando alguna de sus amantes se le acercaba se tapaba la nariz con un pañuelo, eso sí, perfumado.
Pero si hubo algo que le atormentó fue el absceso anal que presentó en 1686, que no solo le impedía montar a caballo, sino que le provocó un verdadero suplicio cuando realizaba sus reales defecaciones. Tan mal lo pasó que decidió someterse a una intervención a manos de un cirujano para que le aliviara, eso sí, todo mantenido en secreto.
El osado cirujano
Hizo llamar al cirujano Charles-François Félix, quien no había realizado nunca ese tipo de operación, así que solicitó al monarca un plazo de seis meses para idear un instrumento específico que le permitiera realizar la cirugía de forma rápida y eficaz. Ciertamente el cirujano se jugaba algo más que su prestigio y era consciente de ello, por lo que no tuvo reparos en realizar «prácticas» en otros pacientes antes que intervenir al propio rey.
Todo mantenido en secreto comenzó a desarrollar su técnica con 75 indigentes y presos de París afectos de un absceso similar. Muchos murieron en la dolorosa intervención y terminaron por ser enterrados al amanecer sin tocar las campanas para que nadie supiera lo que estaba sucediendo.
Fue así que desarrolló un bisturí curvado extendido por una pluma, cuyo borde de corte se recubría con un capuchón de plata para no herirlo cuando se introducía en el ano, que antes había sido dilatado por un separador anal. En las dos imágenes de abajo podéis ver los dos aparatos en cuestión.
Un intervención exitosa
Todo estaba preparado y el 18 de noviembre de 1686 a las 7 h el rey permaneció en su dormitorio del palacio de Versalles, tal como se describe en el Journal de santé du Roi Louis XIV, que se conserva en la Biblioteca Nacional de París, y en el «Tratado de la fístula», editado en 1689 por Louis le Monnier.
Acompañando a Charles-François Félix se encontraba Bessiéres (cirujano del rey), D´Aquin y Fagon (médicos de la corte), dos boticarios y el confesor real. En la habitación también estaba su hijo el Delfín y el ministro de Estado, mientras que segunda esposa, Madame de Maintenon, le sujetaba la mano.
El monarca se tumbó en su cama con una almohada debajo del vientre para poder levantar las nalgas y la anestesia que le aplicaron fue a todas luces insuficiente para la cirugía que se prolongó durante tres horas.
A mí que me hagan una de esas
Lo cierto es que la operación resultó ser todo un éxito y aunque requirió al menos otras dos incisiones a finales de año, su recuperación fue total en enero de 1687, volviendo a montar a caballo poco tiempo después.
Tras divulgarse la intervención del rey entre la corte todos querían operarse las fístulas anales, incluso si no las tenían. Y es que se puso de moda ir con el culo (perdón) vendado en honor a su rey. Cosas raras de la nobleza…
Era tanto el entusiasmo del pueblo que hasta se compuso un himno exaltando la curación de Luis XIV Grand Dieu sauve le Roi («Gran Dios salve al Rey») que se convirtió en el himno de la monarquía hasta que llegó la Revolución francesa.
El compositor alemán, posteriormente nacionalizado inglés, Georg Friedrich Händel, tras una visita en Francia se quedó con la melodía y en su traslado a Londres la arregló y la ofreció como propia al rey Jorge I, convirtiéndose en el actual himno británico ’God save the Queen’ o ’God Save the King’, según el sexo del monarca reinante.
Luis XIV condecoró a su cirujano, le recompensó con una fortuna y le otorgó una finca en Normandía, concediéndole un título nobiliario. Pero todo esto se queda en nada si lo comparamos con la fama que adquirió, una fama que cristalizó con la creación de la Real Academia de Cirugía (actual Academia Nacional de Cirugía) en 1731 por el nieto de «el Rey Sol», cambiando para siempre la percepción que se tenía de los cirujano-barberos y equiparando la profesión de la cirugía con la medicina.
Por cierto, Charles-François Félix después de esa intervención dejó de operar y legó gran parte de su fortuna a la Real Academia de Cirugía.