La personalidad del cardenal Raúl Silva Henriquez esta asociada a esa iglesia católica que desde el golpe de estado asumió una férrea defensa de los Derechos Humanos en aquel periodo oscuro de nuestra historia reciente, la de las comunidades cristianas de base y con una opción preferencial por los pobres, la inmaculada figura cardenalicia inmortalizada en la moneda de $500, parece derrumbarse tal cual monumento con base de barro, en este articulo del diario electrónico El Mostrador que reproducimos a continuación
“Si hay alguien que permitió que esta Iglesia creciera, ese es Raúl Silva Henríquez”, dice un sacerdote que pide no revelar su nombre, porque mencionar al cardenal es como una herejía. Sin embargo, con dolor, no son pocos los religiosos que advierten que esa Iglesia católica de los abusos no surgió hace un par de años, sino que se fue consumando al alero de quienes, pese a que enfrentaron la bestialidad de la dictadura, hicieron la vista gorda ante conductas hoy enquistadas como una enfermedad terminal en dicha institución religiosa.
Las denuncias contra Fernando Karadima no surgieron recién. Seminaristas que vivieron la Iglesia católica de los 80, aseguran que el cardenal Silva Henríquez fue el primero en ser advertido de los abusos de conciencia del párroco de El Bosque. “El propio Benjamín Pereira, quien era rector del seminario visitó al cardenal para ponerlo en antecedentes y le dijo que había que hacer algo con Karadima. Se quejó con él no una vez, sino que mil veces, porque era una situación conocida, que nos tenía a muchos inquietos”, cuenta un sacerdote que supo en esos años de los intentos por llevar a las más altas esferas lo que ocurría con el párroco que, décadas más tarde, se convertiría en la principal hebra para sacar a la luz los casos de abusos de menores dentro de la Iglesia.
El núcleo
Pese a que el núcleo de la Iglesia “chascona” de los años 80 se levantó al alero del cardenal y muchos batallaban contra la barbarie de Pinochet, también callaban otros oscuros episodios. Ahí se situaron Cristián Precht y Miguel Ortega, quienes amarraron lazos mientras fueron compañeros en el seminario y, aunque desde una vereda totalmente opuesta en materia de violaciones a los DDHH en dictadura, también tuvieron a otro compañero que sería inseparable: Raúl Hasbún.
Cristián Precht –defendido por la izquierda y variopintos sectores que reconocen su labor en dictadura– fue protegido durante años del tinglado que se vendría abajo con las denuncias de abuso. Pese a que ilustres personajes lo han defendido públicamente a raíz de la última decisión del Vaticano de expulsarlo, los mismos parecen haber olvidado que la sanción desde Roma era aún más lapidaria cuando se conocieron los primeros hechos que lo alejaron del ministerio del sacerdocio por 5 años. En esa sanción, Roma sugería ser duros con Precht e imponerle un alejamiento de por vida, pero fue el arzobispo de Santiago, Ricardo Ezzati, quien decidió hacer más laxa esa condena y solo sancionarlo por un tiempo limitado.
Precht terminó ese tiempo de castigo el diciembre del año 2017 y la confianza en la liviandad de la jerarquía eclesiástica era tal que, cuando en mayo de ese mismo año El Mostrador le preguntó si volvería a hacer misas, señaló sin tapujos que así lo esperaba. Ante la pregunta de si Aysén podría ser su casa, dijo que era “una posibilidad porque allá hay muy poco clero”, causando indignación en varios al interior de la Iglesia católica, que aún no entendían que él no sopesara el nivel de sus actos.
Pese a que estuvieron en veredas totalmente opuestas en la dictadura, siempre existió una cercanía entre Silva Henríquez y Hasbún. El estrecho círculo se transformó también en una especie de hermandad, que por entonces sumó asimismo entre sus filas a Luis Eugenio Silva –que también fue secretario del cardenal–, quien era párroco de María Madre de la Misericordia, conocida igualmente como “el mall de la fe”, cuando intentó suicidarse el año 2011, después de enterarse que un canal de televisión lo estaba investigando.
La primera denuncia contra Precht fue presentada por los familiares de Patricio Vela, un sicólogo que se suicidó en 1991. A ella le han seguido las que terminaron con ambas sanciones canónicas, pero ninguna judicial.
Entre los nombres surgidos en las acusaciones del llamado “caso Maristas”, por las que se impuso la sanción de por vida al emblemático sacerdote de los Derechos Humanos, también fue mencionado por las víctimas el de Miguel Ortega. En marzo, cuando los relatos de quienes entonces eran estudiantes del Instituto Alonso de Ercilla se hicieron insoslayables, en una entrevista de radio, los entonces alumnos Jorge Franco y Jaime Concha relataron lo que vivieron cuando se enfrentaron a Precht y Ortega, en lo que creyeron era un examen vocacional. “Miguel Ortega me empujó a la pared y me comenzó a tocar el cuerpo bajando sus manos y obviamente me sentí muy incómodo, mientras observaba Cristián Precht, y me fui”, contó Franco, quien arrancó del lugar junto a Concha y otro compañero.
Precht y Ortega, quien fue vicario de la Juventud, siempre fueron parte de los “hombres del cardenal”. Precht primero estuvo a la cabeza del Comité Pro Paz y, cuando Pinochet mandó a desarmarlo, asumió en la Vicaría de la Solidaridad.
Tuvieron siempre una relación de gran cercanía con Silva Henríquez. “Es obvio que el cardenal sabía sobre esto, pero todo se calló. Ese fue un gran error”, dice un religioso.
Amigo Hasbún
Precht fue compañero de Ortega y Hasbún en el Seminario Mayor. Entonces no tejieron una cercanía, pero sí lo hicieron años más tarde, cuando Hasbún fue secretario personal del cardenal Raúl Silva Henríquez.
Hasbún ha tenido entre sus manos diferentes causas de sacerdotes que proteger. La última más connotada es la del propio Precht. Es su defensor canónico y desde ese cargo anunció que demandará “la nulidad insanable de todo lo obrado y decretado”, después que el Vaticano lo expulsara de por vida hace más de una semana.
Desde esa vereda, Hasbún también dilató todo lo que pudo la causa del miembro de Los Legionarios de Cristo, el sacerdote John O’Reilly, a quien también defendió como abogado canónico y que fue condenado en 2014 por abuso sexual reiterado contra una menor de edad.
Fue, además, el investigador del caso del sacerdote Jorge Laplagne, cuando Javier Molina Huerta, un ex acólito del presbítero, denunció que, cuando aún no cumplía 18 años, sufrió abusos de su parte. Hasbún concluyó entonces que su relato no era verídico, un hecho que se contrapone a lo que determinará el arzobispado de Santiago en los próximos días, que –según fuentes de El Mostrador– anunciará, en un segunda investigación, el reconocimiento de este testimonio.
Hasbún –el sacerdote que durante décadas fue el rostro más emblemático de los curas pinochetistas en televisión– también investigó el caso de Diego Ossa, uno de los sacerdotes favoritos de Karadima. Cuando se desempeñó como Promotor de la Fe, dejó en nada la causa en que Óscar Osbén, un feligrés que acusaba al sacerdote de abusos sexuales, relataba el calvario sufrido en 2003. Al igual que decenas de víctimas, Osbén presentó su testimonio a Charles Scicluna cuando vino a Chile como enviado del Papa. Debido al peso de los testimonios y contrariamente a las conclusiones de Hasbún, el Arzobispado de Santiago anunció hace dos semanas una nueva investigación que comprende el caso de Osbén y otras dos denuncias de abuso sexual y de autoridad registradas antes de 2005.
Pese a que estuvieron en veredas totalmente opuestas en la dictadura, siempre existió una cercanía entre Silva Henríquez y Hasbún. El estrecho círculo se transformó también en una especie de hermandad, que por entonces sumó asimismo entre sus filas a Luis Eugenio Silva –que también fue secretario del cardenal–, quien era párroco de María Madre de la Misericordia, conocida igualmente como “el mall de la fe”, cuando intentó suicidarse el año 2011, después de enterarse que un canal de televisión lo estaba investigando.
“¿Es duro reconocer que esto tiene un inicio en Silva Henríquez?”, claro que sí, señala un sacerdote, pero también insiste en que es el momento de ver a la Iglesia católica desnuda: “Hay un montón de basura bajo la alfombra. Es el momento de sacarla”, dice.
por: Alejandra Carmona López