Así es la difícil vida de los sintecho que acampan en los parques de Santiago

Según las autoridades, hay unas 6.000 personas durmiendo en las calles de la capital, y muchas de ellas instalan sus carpas en la vía pública, mientras las viviendas sociales y los barrios de lujo agrandan la brecha.

2002

A simple vista, Santiago de Chile no tiene más pobres que otras grandes ciudades latinoamericanas, pero ver personas acampando en los espacios verdes más populares de la capital ya es algo habitual. Así, ante la falta de recursos para acceder a una vivienda digna, los excluidos de esta importante urbe montan sus carpas en las plazas, incluso las más céntricas y concurridas, e intentan sobrellevar esta crisis habitacional de la cual son protagonistas.

Para muchos, el Parque Forestal es el más bonito de la zona metropolitana. Para otros, como Felipe, es un buen espacio para instalar su tienda y tener un modesto lugar donde dormir. El sitio que escogió para colocar su hogar plegable, junto al Museo Nacional de Bellas Artes, es estratégico: tiene árboles que le dan sombra durante las sofocantes tardes de verano y un pequeño arbusto, donde cuelga su ropa. Sin embargo, cómo cubrir el resto de sus necesidades básicas es todo un misterio. De hecho, encontrar un lugar para ir al baño se convierte en un desafío que se renueva todos los días. “La vida en el parque es mala”, se queja, y menciona las cosas que más le molestan: “Hay ratones, gente drogándose y prostitución”.

Este hombre de 32 años estuvo preso, pero en el 2017 recuperó su libertad. Sin embargo, no puede conseguir trabajo; nadie lo contrata por sus complicados antecedentes penales. Así, se pasa los días ofreciendo artículos en las calles, en medio de una inexistente reinserción social, tan pregonada por el sistema carcelario. Mientras se alista para salir a vender y ganarse algunas monedas, guarda su carpa por temor a que se la roben. El colchón de dos plazas queda sobre el pasto, y espera que permanezca allí hasta que vuelva. “Me gustaría una segunda oportunidad”, comenta, y se pierde entre la gente del centro santiaguino, cargando su casa de tela en la espalda.

Pero no todos los sintecho de la ciudad se corresponden a una situación sistémica. También hay casos de viajeros que se hartaron de sus vidas, buscaron un cambio y ocuparon las plazas de forma circunstancial, aunque se mantienen allí hasta hoy. Oscar, por ejemplo, o ‘Mimo punk’, como lo apodan en el Parque Bustamante, es un joven argentino de 20 años que dejó su país para recorrer la región, pero se quedó en Chile hace un año y medio. Los últimos cuatro meses los pasó durmiendo en la plaza, que cuida como si fuera su propio jardín. En efecto, ya habla con el acento de aquel país del Cono Sur y hasta luce un short del Colo Colo, uno de los equipos más populares del fútbol local.

Otro día en la carpa

Es hora de comenzar la jornada. El chico, con su cresta característica de unos 30 centímetros, se despierta al mediodía, tiene los ojos rojos y comenta que “anoche hubo ‘carrete’ (fiesta)”. Sale de la carpa, toma una manguera que le prestaron los cuidadores municipales y comienza a regar el pasto, como todos los días. Según relata, en la ciudad de Chillán le robaron su carnet de identidad, además de su mochila, y ello le dificulta movilizarse: “Quiero sacar mis papeles e irme a conocer muchos lugares”, planifica. Sus familiares saben que está en el país vecino, pero no tienen idea de que se convirtió en un sintecho por tiempo indeterminado.

‘Mimo punk’ riega el Parque Bustamante junto a su carpa, mientras un oficinista camina por al lado hablando por celular. / Leandro Lutzky / RT

“Hay veces que se come bien, hay otras que es muy difícil conseguir el pan. Así es la cosa, tiene sus días buenos y malos, como todo”, describe. Sus brazos poseen marcas de cortes, como si se hubiera autoinfligido, y la voz es temblorosa, algo deprimida: “Con amigos no tengo contacto, porque, ya no sé qué es eso”, lamenta. Sin embargo, reconoce que hay gente que lo ayuda bastante. De hecho, vive con Mike, el dueño de la pequeña carpa, un chileno que pasó casi toda su vida en EE.UU., pero decidió volver a su tierra: “La convivencia es buena”, cuenta Oscar. Y debe serlo, porque el sol veraniego pega fuerte y las altas temperaturas de la casa improvisada pueden alterar los ánimos.

‘Mimo’ dice que es “el más punk, el más viajero y el mejor malabarista de todo el parque”, aunque también le gusta rapear, cocinar y hacer artesanías. Sueña con conocer Bolivia y Colombia, pero se lo toma con calma, sin presiones: “Estoy haciendo lo mejor que puedo”, aclara. Como Oscar y Felipe, hay otros cientos de individuos que acampan en medio de Santiago, incluso con sábanas atadas entre las ramas, que simulan ser paredes. Los sectores más codiciados están junto a las fuentes, la mejor opción para bañarse al aire libre, mientras el resto de los ciudadanos que pasa por allí esquiva las miradas. Para muchos, los sintecho de Santiago tan solo son parte del paisaje citadino. ¿Y para el Estado?

“El número de personas en situación de calle fue creciendo”

El Ministerio de Desarrollo Social tiene un programa llamado Noche digna, que se ocupa de atender a los menos favorecidos. La asistencia cuenta con albergues que se habilitan en invierno, con el simple objetivo de evitar muertes callejeras. Se trata de 1.000 camas disponibles, donde los más vulnerables pueden acceder a una ducha y alimentación, y la capacidad se duplica cuando llueve, nieva, o si las temperaturas son muy bajas. Estos centros de emergencia nocturna abren alrededor de las seis de la tarde, y se ocupan por orden de llegada. A partir de las ocho de la mañana del día siguiente los marginados deben marcharse, y así sucesivamente.

Diana Sandoval, coordinadora del programa Noche digna, a cargo del Ministerio de Desarrollo Social.
“Los principales motivos por los cuales las personas terminan en la calle son la falta de oferta de vivienda, la ruptura de vínculos familiares, los problemas de salud mental y el alto consumo de alcohol y drogas”.Diana Sandoval, coordinadora del programa Noche digna, a cargo del Ministerio de Desarrollo Social.

Desde las oficinas de aquella cartera le confirman a este medio que actualmente hay 6.059 individuos en situación de calle —la cifra es dinámica—, aunque organismos de la sociedad civil contabilizan unos 8.000, es decir, ocho veces más que la respuesta estatal vigente. “En el 2018 se registraban —oficialmente — cerca de 5.000, hoy en día hay más personas sintecho que en años anteriores. Fue creciendo el número”, reconoce Diana Sandoval, quien está a cargo de la línea promocional del programa.

La red de atención que ella coordina funciona de enero a diciembre, y tiene un rol más integral: “Son procesos para que en uno o dos años la persona logre transitar la vida de forma independiente, y ojalá no vuelva a quedar en situación de calle”, resume. En otras palabras, se busca mejorar la atención sanitaria, la capacidad laboral y la revinculación de las personas con sus afectos para que la salida de la calle sea más completa, con la colaboración de otras instituciones y la implementación de actividades especiales.

Diana Sandoval, coordinadora del programa Noche digna, a cargo del Ministerio de Desarrollo Social.
“Las camas disponibles no alcanzan a cubrir el 100% de la demanda, se requiere la articulación de varios ministerios para responder bien”.Diana Sandoval, coordinadora del programa Noche digna, a cargo del Ministerio de Desarrollo Social.

No obstante, aclara: “La oferta de la línea de superación es más reducida, solamente contamos con 350 camas activadas y 155 atenciones durante el día”. Según la propia funcionaria, el sistema “no llega a cubrir el 100% de la demanda”. A su vez, la entrevistada cuenta que el mayor desafío para obtener una respuesta efectiva es lograr la articulación entre los distintos ministerios —Vivienda y Urbanismo, Salud y Desarrollo Social—, aunque afirma que con el Gobierno de Sebastián Piñera “eso está comenzando, pero es un proceso lento”.

¿Por qué terminan así?

Sandoval opina que una de las razones principales por las cuales un ciudadano acaba sin un hogar regular “tiene que ver con la escasa oferta o dificultad del acceso a la vivienda”, pero destaca otros factores importantes: “La salud mental, rupturas familiares y el consumo problemático de alcohol y drogas”, repasa. Sobre el aspecto sanitario, alerta sobre “la falta de programas de salud que permitan una atención integral para salir de esa situación y no terminar en la calle”. Asimismo, pone énfasis en que el Estado y la sociedad deberían focalizarse más en la prevención, y trabajar en equipo: “Es fundamental la articulación, depende de las voluntades de los actores que componen el desarrollo social, no solo de un ministerio”, destaca.

Un hombre duerme debajo de las sábanas atadas a un árbol, que simulan ser paredes, en el centro de Santiago de Chile, febrero del 2019. Leandro Lutzky / RT

Según su experiencia, “la mayoría de los sintecho de Santiago son hombres mayores de 40 años“, y sobre su condición física, describe: “Suelen estar con un gran deterioro, pareciera que tienen más edad de la que realmente tienen”. En cuanto a las carpas, Sandoval explica que se tratan de obsequios hechos por organizaciones sociales o entidades privadas, aunque critica: “No ayudan necesariamente, sino que colaboran para perpetuar la situación de calle”. Al respecto, acota que “las dinámicas muy asistenciales hacen que la gente no salga ni se mueva de los lugares públicos, como estos campamentos”. Y a nivel territorial, detalla que ello también plantea conflictos con los municipios y sus gobiernos.

Barrios populares, viviendas sociales y casas de lujo

La brecha social de Santiago no se percibe exclusivamente en los espacios verdes, la comuna de Lo Barnechea es un claro ejemplo sobre cómo la diferencia entre ricos y pobres salta a la vista. La recorrida por los distintos estratos comienza en el barrio Juan Pablo Segundo, un pequeño asentamiento de familias humildes localizado junto a las propiedades más vistosas de la ciudad. Se prevee que próximamente el Estado construirá casas con mejores condiciones en dicho espacio.

Barrio Juan Pablo Segundo, comuna de Lo Barnechea, Santiago de Chile, febrero del 2019. Leandro Lutzky / RT

A su vez, desde la parte más antigua de aquella comuna pueden observarse viviendas coloridas, pero precarias. Un elevador, usado por los vecinos para evitar una trabajosa subida, asciende hasta el punto más alto de Lo Barnechea, donde hay un mirador. En el trayecto, alambres de púas dividen este medio de transporte y atractivo turístico de las casas de madera.

Casas precarias de Lo Barnechea, Santiago de Chile. / Leandro Lutzky / RT

Debajo de aquel monte urbano, muy cerca del río Mapocho, hay decenas de viviendas sociales, todas exactamente iguales.

Viviendas sociales en Lo Barnechea, Santiago de Chile, febrero del 2019. Leandro Lutzky / RT

Y por último, en el resto del distrito pueden apreciarse amplias y bellas casas, con jardines muy bien cuidados y prolijamente podados, con varios vehículos en sus cocheras. De hecho, algunos residentes guardan incluso sus propias embarcaciones en los accesos a sus inmuebles.

Una embarcación y dos vehículos en la parte rica de Lo Barnechea. / Leandro Lutzky / RT

Este sector de Lo Barnechea es muy similar a un barrio privado. En el piso no se encuentra ni un solo rastro de basura, mientras que las flores y palmeras adornan las calles. Al mismo tiempo, a pocas cuadras, apenas alcanza para comer.

Según afirmó la Comisión Económica Para América Latina y el Caribe (CEPAL) en 2018, Latinoamérica es la región más desigual del planeta. Y, sin dudas, Santiago de Chile no es la excepción a la regla regional.

Leandro Lutzky