Por Jorge Gillies, vocero de la Universidad Tecnológica Metropolitana para temas de Comunicación Política.
Las obras de ficción, el cine incluido, pueden ser un potente instrumento de comunicación política. La película “Araña”, del director Andrés Wood, es un buen ejemplo de ello, aun cuando no ha estado exenta de polémica.
Según el crítico Héctor Soto la obra es de excelente factura, pero no logra cautivar en la medida que los personajes no generan empatía y son detestables: “Esta película -señala Soto en una reciente columna de prensa- no quiere a sus personajes y uno como espectador los quiere todavía menos”.
El problema es que por su esencia y proceder no pueden generar empatía alguna y el director tampoco habrá querido que ello suceda.
La historia, narrada en dos planos temporales, la época del gobierno de la Unidad Popular y el presente, y que muestra la vida de un grupo de ex militantes del movimiento nacionalista Patria y Libertad, permite extraer a lo menos dos conclusiones claras:
1. Las acciones que los seres humanos realizamos en los distintos planos de la vida –en este caso la política- siempre nos persiguen, no importa el tiempo que transcurra.
2. Es imposible que la política sea un puro ejercicio de racionalidad, pues la pasión siempre está presente en ella, en la medida que toca intereses y fibras íntimas del ser humano. Pero tampoco es lícito absolutizar esa pasión y transformarla en un odio permanente e inagotable. Puesto que ese camino desemboca necesariamente en tragedia.
Esas dos conclusiones justifican plenamente la obra de Wood, en un momento en que en Chile y el mundo el rebrote odioso de los nacionalismos y populismos vuelve a tornarse amenazante. La última escena del film es desgarradora en ese sentido.